DICCIONARIO DE SIMBOLOS Y TEMAS MISTERIOSOS
Federico González Frías

DICCIONARIO

Circo

El origen del término, emparentado con círculo, circunvalación y ciclo ya nos da una idea de que este espacio redondo, donde se produce un espectáculo variado, está ligado a los orígenes del arte escénico, es decir, del teatro y la danza.

Imprescindiblemente vinculado al arte del pueblo que lo sigue a lo largo de su gira anual (o bianual) por pueblos, ciudades y aldeas, trae alegría a los niños y ternura a los mayores, que al fin y al cabo son como niños.

Tanto en invierno, como en verano, o sea, siempre que puede llega el circo a calentar nuestros corazones y a sumirnos en la magia del espectáculo, el asombro de lo inverosímil e imposible y la estupefacción que produce la jirafa o el rey de la selva domesticado, además de los equilibristas, enanos y payasos.

El circo hace nada menos que lograr soñar a personas enajenadas con la vida diaria en la que no tienen otra cosa que verse (odiarse, amarse) sempiternamente entre sí, sin dejar el menor espacio posible al asombro y alejados irremediablemente del misterio, aún de la belleza de amaneceres, y atardeceres, y noches, que son consumidos y reemplazados por el hacer de mañana y el fracaso constante de un día a día de pura somnolencia demencial, y al que se supone ejemplar.

Pero llega el circo y todo es olvidado y el pueblo pasa a ser el protagonista de un despertar, a cualquier nivel de conciencia que fuere, y que pudiera prevalecer en el tiempo, en una lucha cuerpo a cuerpo por estar vivos y seguir con todo aquello –nuestra vida– de lo que el circo alguna vez fue un detonador, imagen de una felicidad y una paz hoy, lo menos, tan lejana como olvidada.