DICCIONARIO DE SIMBOLOS Y TEMAS MISTERIOSOS
Federico González Frías

DICCIONARIO

David (c. 1040-970 a. C.)

Segundo rey de Israel, heredero de Saúl, ungido por el profeta Samuel y por Yahveh, y padre de Salomón es además un soldado victorioso en innumerables batallas y un poeta que cantaba sus versos con la cítara, tal cual un dios griego. Efectivamente, la tragedia –y el gozo– de lo que se escribe en la Biblia acerca de las historias de estos tres reyes es tal vez, junto con las narraciones relacionadas con los profetas, lo más parecido a las contribuciones de Hesíodo y Homero, así como con los trágicos helenos.

Era un joven muy bello, hijo de Jesé de la tribu de Judá, de alrededor de quince años, el más pequeño de entre varios hermanos. Su fama de poeta y cantor atrae al rey Saúl el cual lo lleva a su corte con la idea de que su música y cantos aplacasen los ataques de ira que le aquejaban, según se lo había sugerido uno de sus servidores.

Desde la más temprana edad David, por un acto prodigioso (un hondazo certero), es capaz de vencer al gigante Goliat, un monstruo enorme de talla, que aterrorizaba a Israel salvando así al reino de Saúl. Aunque por distintos motivos éste le odiara y combatiese con él posteriormente.

Hablábamos del odio de Saúl hacia David basado en la envidia a partir del momento en que el jovencísimo David se enfrenta al gigante Goliat y tras derribarlo con la honda lo mata con su propia espada. Por ello lo mandaba a combatir a los sitios más peligrosos o donde la lucha parecía casi perdida y de todos estos trances salió recuperado y vencedor, pese a los celos del rey que trató de exterminarlo de diversas maneras igualmente cruentas.

Pasemos ahora a la parte trágica de esta historia que es sin duda el desencadenamiento de la ira de Saúl, fundada en la envidia y en saber desde hace tiempo que ha perdido el favor de Yahveh por no haber cumplido sus órdenes y que con ello, según las palabras del profeta Samuel, la corona ya había sido entregada a otro.

Injusto fue a su vez David con Urías, el esposo de Betsabé, al que mandó a la muerte en una misión imposible y él se quedó con ella que era su presa de amor. Efectivamente, David ya rey vio un día desnuda a Betsabé y la deseó, y posteriormente llegó a ser su favorita –entre las miles o centenas de esposas, concubinas y demás mujeres que había en su harén–, con la cual tuvo a Salomón precedido por otro hermano que enfermó gravemente y murió el séptimo día de nacido, el cual –el rey lo sabía– debiera de ese modo sacrificarse por el pecado que había cometido mandando a morir al marido de su mujer favorita.

Muerte del hijo de Betsabé. Nacimiento de Salomón.

Hirió Yahveh al niño que había engendrado a David la mujer de Urías y enfermó gravemente. David suplicó a Dios por el niño; hizo David un ayuno riguroso y entrando en casa pasaba la noche acostado en tierra. Los ancianos de su casa se esforzaban por levantarle del suelo, pero él se negó y no quiso comer con ellos. El séptimo día murió el niño; los servidores de David temieron decirle que el niño había muerto, porque se decían: "Cuando el niño aún vivía le hablábamos y no nos escuchaba. ¿Cómo le diremos que el niño ha muerto? ¡Hará un desatino!" Vio David que sus servidores cuchicheaban entre sí y comprendió David que el niño había muerto y dijo David a sus servidores: "¿Es que ha muerto el niño?" Le respondieron: "Ha muerto".

David se levantó del suelo, se lavó, se ungió y se cambió de vestidos. Fue luego a la casa de Yahveh y se postró. Se volvió a su casa, pidió que le trajesen de comer y comió. Sus servidores le dijeron: "¿Qué es lo que haces? Cuando el niño aún vivía ayunabas y llorabas, y ahora que ha muerto te levantas y comes." Respondió: "Mientras el niño vivía ayuné y lloré, pues me decía: ¿Quién sabe si Yahveh tendrá compasión de mí y el niño vivirá? Pero ahora que ha muerto, ¿por qué he de ayunar? ¿Podré hacer que vuelva? Yo iré donde él, pero él no volverá a mí".

David consoló a Betsabé su mujer, fue donde ella y se acostó con ella: dio ella a luz un hijo y se llamó Salomón; Yahveh le amó, y envió al profeta Natán que le llamó Yedidías, por lo que había dicho Yahveh. (2 Samuel, XII, 15-25).

David se arrepentirá siempre de este hecho que lo perseguirá como un fantasma a lo largo de su vida.

Sin embargo este rey por su lucha contra Goliat es el ejemplo más concreto de que lo pequeño es lo más poderoso e igualmente capaz de destrozar a lo que se le opone, pese a la inmensa fuerza de su contrario.

Poeta, cantor y autor de los famosos Salmos bíblicos de los cuales tomamos unas citas, aunque desde luego recomendamos al lector leerlos todos tan concentrada como frecuentemente –y en clave simbólica–, pues en ellos se encuentra una de las bases de la poesía de Occidente, junto con los bardos griegos.

David tocando la lira
 
David toca la lira en compañía de la Melodía,
Salterio de París, fol. 1, verso, segunda mitad del siglo X, París.

De los 150 Salmos sólo podemos apenas mostrar alguno que otro teniendo en cuenta que muchos de ellos son largos. Citaremos exclusivamente el Salmo 1 y el último y el 104 en una inevitable y arbitraria selección.

Salmo 1

Los dos caminos

¡Dichoso el hombre que no sigue / el consejo de los impíos, / ni en la senda de los pecadores se detiene, / ni en el banco de los burlones se sienta, / mas se complace en la ley de Yahveh, / su ley susurra día y noche! / Es como un árbol plantado / junto a corrientes de agua, / que da a su tiempo el fruto, / y jamás se amustia su follaje; / todo lo que hace sale bien. / ¡No así los impíos, no así! / Que ellos son como paja que se lleva el viento. / Por eso, no resistirán en el Juicio los impíos, / ni los pecadores en la comunidad de los justos. / Porque Yahveh conoce el camino de los justos, / pero el camino de los impíos se pierde. (Los Salmos 1-6).

Salmo 104

Esplendores de la creación

¡Alma mía, bendice a Yahveh! / ¡Yahveh, Dios mío, qué grande eres! / Vestido de esplendor y majestad, / arropado de luz como de un manto, / tú despliegas los cielos lo mismo que una tienda, / levantas sobre las aguas tus altas moradas; / haciendo de las nubes carro tuyo, / sobre las alas del viento te deslizas; / tomas por mensajeros a los vientos, / a las almas del fuego por ministros. / Sobre sus bases asentaste la tierra, / inconmovible para siempre jamás. / Del océano, cual vestido, la cubriste, / sobre los montes persistían las aguas; / al increparlas tú, emprenden la huida, / se precipitan al oír tu trueno, / y saltan por los montes, descienden por los valles, / hasta el lugar que tú les asignaste; / un término les pones que no crucen, / por que no vuelvan a cubrir la tierra. / Haces manar las fuentes en los valles, / entre los montes se deslizan; / a todas las bestias de los campos abrevan, / en ellas su sed apagan los onagros; / sobre ellas habitan las aves de los cielos, / dejan oír su voz entre la fronda. / De tus altas moradas abrevas las montañas, / del fruto de tus obras se satura la tierra; / la hierba haces brotar para el ganado, / y las plantas para el uso del hombre, / para que saque de la tierra el pan, / y el vino que recrea el corazón del hombre, / para que lustre su rostro con aceite / y el pan conforte el corazón del hombre. / Se empapan bien los árboles de Yahveh, / los cedros del Líbano que él plantó; / allí ponen los pájaros su nido, / su casa en su copa la cigüeña; / los altos montes, para los rebecos, / para los damanes, el cobijo de las rocas. / Hizo la luna para marcar los tiempos, / conoce el sol su ocaso; / mandas tú las tinieblas, y es la noche, / en ella rebullen todos los animales de la selva, / los leoncillos rugen por la presa, / y su alimento a Dios reclaman. / Cuando el sol sale, se recogen, / y van a echarse a sus guaridas; / el hombre sale a su trabajo, / para hacer su faena hasta la tarde. / ¡Cuán numerosas tus obras, Yahveh! / Todas las has hecho con sabiduría, / de tus criaturas está llena la tierra. / Ahí está el mar, grande y de amplios brazos, / y en él el hervidero innumerable / de animales, grandes y pequeños; / por allí circulan los navíos, / y Leviatán que tú formaste para jugar con él. / Todos ellos de ti están esperando / que les des a su tiempo su alimento; / tú se lo das y ellos lo toman, / abres tu mano y se sacian de bienes. / Escondes tu rostro y se anonadan, / les retiras su soplo, y expiran / y a su polvo retornan. / Envías tu soplo y son creados, / y renuevas la faz de la tierra. / ¡Sea por siempre la gloria de Yahveh, / en sus obras Yahveh se regocije! / El que mira a la tierra y ella tiembla, / toca los montes y echan humo. / A Yahveh mientras viva he de cantar, / mientras exista salmodiaré para mi Dios. / ¡Oh, que mi poema le complazca! / Yo en Yahveh tengo mi gozo. / ¡Que se acaben los pecadores en la tierra, / y ya no más existan impíos! / ¡Bendice a Yahveh, alma mía! (Los Salmos, 1-35).

Salmo 150

Doxología final

¡Aleluya! / Alabad a Dios en su santuario, / alabadle en el firmamento de su fuerza, / alabadle por sus grandes hazañas, / alabadle por su inmensa grandeza. / Alabadle con clangor de cuerno, / alabadle con arpa y con cítara, / alabadle con tamboril y danza, / alabadle con laúd y flauta, / alabadle con címbalos sonoros, / alabadle con címbalos de aclamación. / ¡Todo cuanto respira alabe a Yahveh! / ¡Aleluya! (Los Salmos 1-6).