DICCIONARIO DE SIMBOLOS Y TEMAS MISTERIOSOS
Federico González Frías

DICCIONARIO

Símbolo

«El símbolo es el vehículo que liga dos realidades, o mejor dos planos de una misma realidad. Participa pues de ambas: de allí su pluralidad de significados. Para la antigüedad, el símbolo era el representante de una energía-fuerza que permitía la ruptura de nivel, el acceso a otros mundos, o la obtención del conocimiento de diferentes planos de este mismo mundo, caracterizados por distintos grados de conciencia. El símbolo era y es, en consecuencia, el medio de comunicación entre los dioses y los hombres, objeto sagrado por excelencia, ya que él cuenta la historia verdadera, la eficaz, y no la siempre cambiante, de múltiples falsas apariencias.

«El término griego symbolon se refería a dos mitades de algo que se juntaban, que coincidían, y conformaban un signo de reconocimiento; puede apreciarse inmediatamente que estas dos mitades son análogas, lo que caracteriza a la simbólica, pues nada ni nadie puede expresar o transmitir algo si no lo hace mediante una correspondencia entre lo que quiere manifestar y la forma en que lo manifiesta, es decir, el arte con que lo hace.» (Federico González, Simbolismo y Arte).

ESPIRALES Y CÍRCULOS DE TODO EL MUNDO ESPIRALES Y CRUCES ESVÁSTICAS DE TODO EL MUNDO
Espirales y círculos de todo el mundo.

Espirales y cruces esvásticas de todo el mundo.

Entre las innumerables imágenes que el egiptólogo F. Petrie reunió en Decorative Patterns of the Ancient World for Craftsmen (1930)* con propósitos históricos y artísticos a partir de más de 250 obras publicadas por arqueólogos y científicos, publicamos aquí algunas pocas espirales, círculos y esvásticas procedentes de todo el mundo.
De izquierda a derecha y de arriba abajo:

IZQUIERDA: Italia. Cumas. Cáucaso. Apulia. Lake Hut. New Grange. Micenas. Zerelia, Melos-Tesalia. Egipto. Italia. Persia. Atenas. Noruega. Creta. Italia. China. Anglosajón. Francia. Baden. Grecia. Italia.  DERECHA: Anglosajón. Londres. Hitita. Balcanes. Conchan. Boda Uppland. Persia. Prusia. China. Transcaucasia. Suiza. Narce Felsina.
* Flinders Petrie, Dover Publications, 1974
 

2. Lo menor simboliza lo mayor y la analogía entre ambas realidades es inversa. Nos falta agregar que lo finito es un símbolo de lo infinito así como la tierra lo es del cielo, y el tiempo de la eternidad. En ese sentido debe afirmarse como lo ha hecho la Cábala que el hombre es una miniatura, una réplica del Hombre Universal, el Adam Kadmon, como con otros nombres lo han designado muchas Tradiciones. Por lo que está hecho a imagen y semejanza del Cosmos, así un hijo con respecto a su padre.

Esta analogía vehicula todas las otras cosas ya que hace del lenguaje humano un receptor-emisario del Verbo divino, a la par que al hombre como el protagonista único entre los seres de este mundo, y por lo tanto un soberano en su propio reino. Pero es necesario entender que siendo la Creación un símbolo de su Creador es de por sí sagrada, aunque los símbolos y sus significados sean polivalentes y ellos expresen por sí mismos la realidad intrínseca de la cosa de la que son mensajeros. Por eso se dice que se revelan al hombre, por lo cual éste debe aprender-enseñar sus distintos sentidos.

Dado que cualquier asunto o cosa manifestada es simbólica, el universo y todo lo que incluye es un código cifrado, un lenguaje misterioso que podemos comprender aunque para ello necesitemos algo más que nuestras buenas intenciones o la cultura parcial de la que estamos munidos; de hecho salvo por los símbolos y las analogías, nada de lo conocido nos sirve para develar lo desconocido, lo mismo que sucede con el aparato sensorial con el que habitualmente comprendemos. Es por eso que los símbolos son vehículos liberadores; en verdad, los únicos capaces de darnos una libertad que supere lo relativo y vincularnos con lo suprarreal, o sea con aquello de lo que los símbolos son portadores, su razón misma de ser.

Se suele malinterpretar hoy a los símbolos confundiéndolos con las alegorías, incluso con las señales convencionales como las de tránsito y asimismo con los emblemas comerciales o políticos. Existen dos grandes categorías de símbolos, los naturales, vgr. los atmosféricos (rayo, lluvia, etc.), los fenoménicos (sexo, mañana), o geográficos (montaña, mar, etc.) y muchos otros más, como los símbolos vegetales y animales, o los diseñados especialmente como vehículos específicos de Conocimiento (el crismón, el código del Tarot, las letras, etc., etc.).

Los símbolos son polivalentes y pueden ser vistos de diferentes maneras, según el ángulo de perspectiva, el cual puede ser modificado por circunstancias de tiempo y lugar; incluso pasar desapercibidos como es el caso actual, donde su sentido ha sido modificado, vgr.: la cruz esvástica por los nazis, o la Estrella de David como emblema nacional del Estado de Israel de modo exclusivo.

Para la comprensión y el estudio de la Cosmogonía han sido diseñados los aritméticos y geométricos que son los más aptos para poder asimilarla.

3. «La regeneración es la posibilidad de que todo sea siempre nuevo y ahora, de que la existencia sea real y no un vago teatro de sombras indeterminadas y fluctuantes. El símbolo es el punto de contacto entre la realidad que él cristaliza y el ropaje formal con el que se viste para hacerlo. Este vestido ha de ser agradable y correlativo con la idea que expresa, para que ésta pueda ser comprendida en verdad.

«Entonces manifestará cabalmente la energía-fuerza que lo ha conformado y podrá transmitirla en el contexto adecuado, que él mismo condicionará, por la actualización de su potencia. Inversamente se puede decir que esta energía inteligente trasciende al símbolo considerado como mero objeto estático, o soporte de conocimiento. Y siendo esto así, él nos permite pasar por su intermedio de un plano de conciencia a otro, constituyéndonos en los protagonistas del conocimiento, vale decir, del ser, ya que existe una identidad entre lo que se es y lo que se conoce.» (Federico González: El Simbolismo de la Rueda, Cap. I).

4. Simbolismo vegetal:

«a) La vegetación, en la indefinida variedad de sus especies, formas, colores y fragancias, constituye un mundo inagotable de significaciones simbólicas conocidas por todos los pueblos desde la más remota antigüedad. Recordemos en este sentido, que el Paraíso terrestre es descrito como un jardín o un vergel, al cuidado del cual estaban los primeros hombres. Asimismo, la agricultura (la ‘cultura del agro’) se considera como el primer oficio nacido de la sedentarización de la humanidad, que da lugar a la aldea y posteriormente a la ciudad en piedra y la civilización tal cual la conocemos. No olvidemos que la palabra cultura deriva precisamente de ‘cultivo’, lo que está relacionado evidentemente con lo vegetal. A esto se debe, sin duda, el por qué el hombre arcaico y tradicional incorporó al vegetal en la descripción simbólica de su cosmogonía y su visión sagrada del mundo. En efecto, nada hay que exprese mejor el despliegue de la vida universal que una planta en su pleno desarrollo, como por ejemplo el árbol, el cual es también uno de los símbolos naturales más difundidos del Eje del Mundo, y el que más claramente alude a la estructura cósmica y sus diferentes planos o grados de manifestación. Baste recordar el Arbol de la Vida Sefirótico, semejante, en cuanto a su significación esencial, a otros muchos árboles sagrados pertenecientes a las más diversas tradiciones de todos los tiempos y lugares, como la ceiba entre los mayas, el roble (o encina) entre los celtas, el olivo entre los pueblos mediterráneos, el árbol Yggddrasil entre los escandinavos, la palmera entre los antiguos egipcios y los árabes, etc.

«La misma función simbólica desempeñan determinadas flores, como el loto en las tradiciones orientales y la rosa o el lirio en las occidentales. Todas ellas son símbolos del Centro y del Mundo, y el abrirse de sus pétalos expresa el desarrollo de la manifestación a partir de la Unidad primordial, de ahí que también se las relacione con el simbolismo de la ‘rueda cósmica’, estando el número de pétalos en correspondencia con los radios o rayos que conectan el centro de la rueda con su periferia. No olvidemos tampoco que las flores en general están vinculadas al simbolismo de la copa, y por consiguiente al aspecto pasivo y receptivo de la manifestación, a la pureza virginal de la ‘quintaesencia’, por ejemplo cuando se habla del ‘cáliz’ de una flor.

Jardín. El sueño de Georges de Chasteaulens, s. XV. Museo Condé. Chantilly, Francia.
El sueño de Georges de Chasteaulens, s. XV. Museo Condé. Chantilly, Francia

«b) Asimismo, de los tres reinos de la naturaleza, el vegetal es quizás el que más directamente ligado está al fluir de los ritmos y ciclos del cosmos, reflejados en la renovación periódica y anual de las plantas, en la regeneración de la potencia fértil y fecunda de su savia, propiciando de esta manera la alimentación y el sustento necesario a hombres y animales. Pero lo realmente importante es que esta relación está en la base misma de muchos mitos y ritos agrarios, cuya estructura simbólica reproduce las leyes universales de correspondencia y analogía (es decir, de armonía) entre el orden terrestre y el celeste, o entre el orden visible y el invisible, no siendo en suma el mundo vegetal, o mejor aún la naturaleza en su conjunto, sino un símbolo vivo y siempre presente de lo sobrenatural y trascendente. Por eso mismo, la germinación, desarrollo, florecimiento y donación de los frutos de las plantas no deja de ser un hecho asombroso y verdaderamente mágico y misterioso para quien vive inmerso en lo sagrado, como era el caso de los habitantes de las sociedades tradicionales, que veían en ello la acción combinada de fuerzas telúricas y cósmicas personificadas en las deidades lunares y solares, terrestres (e infra-terrestres) unas y celestes las otras, recibiendo la planta el influjo de las energías pasivas y activas, femeninas y masculinas del cosmos a través de los nutrientes substanciales de la tierra y del agua, la vivificación del aire, y el calor y la luz procedentes del fuego solar. De aquí deriva la doble naturaleza del vegetal, ‘asúrica’ por su vertiente subterránea y ‘dévica’ por su parte aérea y vertical (axial), términos éstos pertenecientes a la tradición hindú, y que designan respectivamente a las energías telúricas y celestes conciliadas en el acto mismo de la creación de la planta. Esto cobra un relieve especial en las llamadas ‘plantas sagradas’, utilizadas en los ritos de iniciación a los misterios, y cuya ingestión (bebida o comida) pone al ser en comunicación con sus estados inferiores y superiores, realizando el ‘viaje’ por los distintos planos de manifestación, descendiendo y ascendiendo por el Eje del Mundo.

Plano de los jardines de Villa d’Este, Tívoli (1573).
Plano de los jardines de Villa d’Este, Tívoli (1573)

«Esas plantas serían, pues, un soporte o vehículo de Conocimiento, y en muchas ocasiones la propia planta, o su fruto, se considera como el objetivo a conseguir para acceder a dicho Conocimiento, de ahí la expresión ‘licor de inmortalidad’ o ‘fruto de inmortalidad’ que reciben determinadas substancias vegetales, como por ejemplo el vino o ambrosía en las culturas greco-romana, hebrea, cristiana e islámica, semejante al soma o amrita hindú, idéntico a su vez al haoma de los antiguos iranios, del que se dice que sólo podía recogerse en la ‘montaña sagrada’ Alborj, equivalente al Eje del Mundo. Igualmente en la Alquimia vegetal se habla del ‘elixir de larga vida’, que se corresponde con la ‘piedra filosofal’ en la Alquimia mineral, siendo el elixir la esencia misma de la planta, como el vino es la esencia de la vid, otra figura del Eje del Mundo. En este sentido, recordaremos que el vino simboliza precisamente la doctrina esotérica y metafísica, es decir el Conocimiento, y seguramente a esto alude la expresión el ‘espíritu del vino’, o aqua vitae (agua de vida), o ‘bebidas espirituosas’, que todavía se conserva en el lenguaje popular de diversos lugares, aunque su sentido profundo ya pase totalmente desapercibido en la mayoría de los casos.

«También hay que mencionar el trigo (equivalente al maíz en las tradiciones precolombinas, o al arroz entre las extremo-orientales), y en consecuencia al pan, que junto al vino constituyen las dos especies eucarísticas del Cristianismo, es decir del cuerpo y la sangre, o la substancia y la esencia reunidas en el Verbo u Hombre Universal, arquetipo del iniciado, el que es comparado precisamente a una planta, tal y como indica la palabra ‘neófito’, que tanto significa ‘nuevo nacido’ como ‘nueva planta’. Este es, asimismo, comparado a una semilla o germen que ha de ‘morir’ en el interior de la tierra para renacer al mundo de arriba y de la luz, que es su verdadero origen, pues al contrario que el vegetal el hombre tiene sus ‘raíces’ en el Cielo, tal y como nos relata Platón en el Timeo cuando dice que ‘el hombre es una planta celeste, lo que significa que es como un árbol invertido, cuyas raíces tienden hacia el cielo, y las ramas hacia abajo, hacia la tierra’.» (Introducción a la Ciencia Sagrada, Programa Agartha, Federico González y col.).

5. Simbolismo animal:

«a) Los animales, además de expresar la parte instintiva e irracional del alma humana (los impulsos, deseos y emociones del ánima), siempre han ocupado un lugar destacadísimo en la cosmogonía de todos los pueblos y culturas tradicionales, que unánimemente han visto en ellos manifestaciones de las fuerzas cósmicas y divinas en su acción sobre el mundo, constituyéndose en vehículos y oráculos transmisores de la realidad de lo numinoso, y por tanto en mensajeros o intermediarios entre el Espíritu y el hombre. Ellos conforman, pues, un código simbólico de suma importancia, un lenguaje a través del cual el hombre ha podido y puede leer las claves que le permiten comprender las leyes y misterios del universo, y por consiguiente conocerse a sí mismo, pues siendo un microcosmos hecho a imagen y semejanza del macrocosmos, contiene dentro de sí todas las formas, lo cual es posible por la posición central que ocupa en su mundo, y que le fue designada por el Creador. En este sentido los textos tradicionales afirman que los primeros hombres tenían la potestad de poner nombres a todos los seres y cosas, lo que no sería tal si éstos no formaran ya parte de su naturaleza integral. Asimismo, la lengua adámica y primordial ha sido llamada la ‘lengua de los pájaros’, no siendo éstos, efectivamente, sino los mensajeros de las realidades superiores, lo cual guarda relación con la ‘lengua de oc’ (de oca), considerada en la Edad Media y en el sur de Francia como el argot simbólico utilizado por los alquimistas, constructores, trovadores y juglares para transmitir el Conocimiento. La ‘lengua de oc’, o la ‘lengua de los pájaros’, es verdaderamente el lenguaje de los símbolos.

La creación de los animales, Jacopo Tintoretto, c. 1550.
La creación de los animales, Jacopo Tintoretto, c. 1550

«Podríamos decir que los animales (sobre todo los salvajes), en cierto modo conservan todavía la pureza virginal de los orígenes: son lo que son, y en la espontaneidad de sus gestos participan, junto a la naturaleza entera, de la armonía y del rito perenne de la creación. Recordemos que en diversas culturas de las hoy llamadas ‘primitivas’ o chamánicas es muy importante la figura del ‘animal iniciador’, vinculado con la idea de un ‘alter ego’ animal en el hombre; además, en dichas culturas por lo general el ancestro mítico y civilizador es un animal, y su danza, o rito, creacional es la que se reitera e imita en las ceremonias de acceso a lo sagrado. Conocida es también la existencia de ciertos animales ‘psicopompos’ (por ejemplo el perro y el caballo) que guían al difunto en su viaje post-mortem, considerado análogo al que ha de realizarse durante las pruebas por el laberinto iniciático; sin olvidar que los ‘guardianes del umbral’, cuya función es impedir, o permitir a los que están cualificados para ello, la entrada al mundo invisible, aparecen revestidos con formas animalescas, en ocasiones con apariencia monstruosa y ‘terrible’. Tal es el caso, por ejemplo, del Mákara y del Kala-Mukha hindúes, o del Tao-Tie chino, que figuran al Ser Supremo en su aspecto de animal monstruoso, cuyas fauces abiertas pueden ser, en efecto, tanto las ‘fauces de la Muerte’ como la ‘puerta de la Liberación’. La Esfinge, y concretamente la Esfinge egipcia con cabeza de hombre y cuerpo de león, tendría también el mismo sentido de ‘guardián del umbral’.

«b) Es importante además destacar que casi todas las divinidades zodiacales de no importa qué tradición están representadas con formas de animales, y recordaremos nuevamente que la palabra Zodíaco no quiere decir sino ‘rueda de los animales’, o ‘rueda de la vida’, lo que está obviamente ligado a la idea de movimiento y de generación surgida del Ser universal, o mejor de su energía creadora, que permanentemente se recrea a sí misma, en este caso a través de las indefinidas formas animales. Esto concuerda perfectamente con la idea, muy difundida entre las civilizaciones precolombinas de que el cosmos, esto es la Vida universal, es un animal gigantesco, del que todos formamos parte integrante (tal es el caso también de la serpiente alquímica Uroboros), y ello explicaría el por qué entre dichas culturas la Deidad creadora está en bastantes ocasiones representada como un animal, o bien caracterizada con las partes más significativas de él, generalmente la cabeza, como es el caso, por ejemplo, de los dioses asirio-babilónicos y del antiguo Egipto, o el del dios con cabeza de elefante Ganesha en la tradición hindú. En las tradiciones de Mesoamérica el dios Quetzalcoátl quiere decir ‘pájaro-serpiente’, o ‘serpiente emplumada’, conjugando en su naturaleza las energías aéreas que tienden hacia el cielo (lo vertical), y aquellas que reptan y se mueven por la tierra (lo horizontal). El águila y la serpiente son, en efecto, los dos animales que mejor representan ese antagonismo y complementariedad entre lo celeste uránico y lo terrestre ctónico y telúrico.

«Por otro lado, junto con el cordero, el pelícano y el pez, el águila y la serpiente son los animales-símbolos más representativos de Cristo, si bien esto habría que extenderlo a casi todos ellos (incluidos los fabulosos), como lo demuestra su riquísimo bestiario (dentro del cual se incluye el Tetramorfos), tan ampliamente desarrollado en el arte de la Edad Media. Dicho bestiario comprende prácticamente todas las especies repartidas en cuatro grandes grupos, en correspondencia con los cuatro elementos: los reptiles a la tierra, los peces y anfibios al agua, las aves al aire, y los mamíferos al fuego, siendo el mismo Cristo (el Hijo del Hombre) el elemento central, o ‘quintaesencia’, pues de él emanan en tanto que expresiones de los atributos de su Verbo o Logos creador.» (Introducción a la Ciencia Sagrada, Programa Agartha, Federico González y col., Francisco Ariza, autor de esta entrada).

Animales. Teodoro de Bry, Asia y África (1597-1628).
Teodoro de Bry, Asia y África (1597-1628)

6. Simbolismo mineral:

La piedra, contraída en sí misma, nos habla de la substancia del simbolismo mineral.

Desde luego, la roca es el elemento básico que significa el estado más inerte y más silente de todos los que habitan en la naturaleza. El silencio de la piedra es impenetrable.

Las operaciones de esta ciencia comienzan a ser visibles de los siglos XVI a XVIII por la búsqueda de la Piedra Filosofal, o el Elixir de inmortalidad, o al menos de Larga Vida, pero no en el sentido figurado o alegórico sino afirmaciones en tiempo real pronunciadas por personas que la han comprendido y que de ese modo se transforman en emisarias.

De hecho la alquimia es el antecedente metafísico de la química en general tal cual hoy la conocemos. En la Masonería hay una simple figura que revela el origen de la labor hermética. La de una piedra bruta significando el profano y la piedra pulida que denota la brillantez y perfección de la obra, realizada por el neófito. Piedra Alquimia.

Minas. M. Maier, Septimana Philosophica. Frankfurt 1620.
M. Maier, Septimana Philosophica. Frankfurt 1620

«La piedra es un símbolo fundamental de la tradición unánime. Desde las piedras brutas, que son abundantes y comunes, pasando por las semipreciosas y preciosas que adornan los collares y las coronas, hasta el diamante, símbolo de lo indestructible, las piedras han poseído siempre un profundo significado. Ni qué decir en el simbolismo constructivo, visible sólo en las láminas XVI, XVIII y XVIIII y en el As de Copas, que parece figurar un castillo, un sagrario o un corazón. Se dice que los efluvios celestes que caen a la tierra en el arcano XVI son piedras caídas del cielo, como las que sirvieron de altar o ara en varias tradiciones. Mencionaremos finalmente la idea de la piedra filosofal, y aquélla que dice que los hombres somos piedras vivas siempre presentes en el arte alquímico.» (Federico González, Tarot, cap. VII).